Entre la ilusión y la hazaña
Agosto en Pekín será una nueva ilusión, una esperanza para millones de latinoamericanos que juegan las fichas de su alegría deportiva a los candidatos escasos a ganar medalla. En una auténtica demostración de pasión mezclan el éxito deportivo con cierto orgullo nacional que contagia alegría y hace olvidar por algunos días la crudeza de la realidad económica. Estos Juegos Olímpicos, a falta aún de las últimas clasificaciones, marcan un nuevo impulso para el deporte latinoamericano: la mayoría de las delegaciones baten records de concurrencia con sus delegaciones. Brasil irá con más de 230 deportistas y participará en 36 modalidades olímpicas; Cuba llevará más de 160 deportistas y parecida cantidad compondrá la delegación Argentina. Pero, más allá de las tres “potencias” latinoamericanas, también Venezuela y Colombia llevarán entre 100 y 70 participantes respectivamente.
Tal vez las expectativas de medallas no superen demasiado lo conseguido durante los Juegos de Atenas 2004, donde se obtuvieron 56 en total; 18 de oro, 15 de plata y 23 de bronce, pero lentamente se han creado mejores condiciones de competitividad en más deportes, de manera que la esperanza es no ver desaparecer tan rápido a los deportistas latinoamericanos, eliminados en las series clasificatorias, sino que muchos de ellos avancen a fases definitorias, aunque no tengan opción a ganar medallas.
Los Juegos de Pekín han revivido de forma light, simbólica el ambiente internacional de los antiguos conflictos que acabaron en boicots durante la Guerra Fría, cuando se trasladaba la pulseada política este-oeste al terreno deportivo. Sus máximas manifestaciones fueron los Juegos de Moscú ’80, cuando no concurrió Estados Unidos y fue seguido por una numerosa cantidad de naciones occidentales, y Los Angeles ’84, cuando la URSS y sus países “satélites” le pagaron a los estadounidenses con la misma moneda.
Son muchos los intereses económicos que genera China, también en Latinoamérica, como para que haya un boicot. Tal vez algunas voces aisladas y privadas alboroten el clima previo. Pero seguramente tras la ceremonia inaugural, para los latinoamericanos, la atención se centrará una vez más en la potencia de los atletas cubanos, en sus boxeadores y beisbolistas que, entre otros deportistas, recaudarán la mayor cantidad de medallas para el subcontinente, como en Juegos anteriores (en Atenas consiguieron 29 medallas, 9 de ellas de oro). Tal vez se vuelva a vibrar con la lanzadora de peso Yumileidi Cumba o con el flamante recordman del mundo de 110 vallas, Dayron Robles. Y seguramente habrá éxito con los boxeadores, los mejores del mundo a nivel aficionado.
Detrás de Cuba aparece Brasil, amenazando con reeditar dignos papeles en los Juegos Olímpicos: el voley playa puede ser el deporte donde los brasileños acaparen medallas (ya lo hicieron en Atenas ’04) junto con el voleibol masculino, donde es una potencia mundial. Luego, sobran las incógnitas. Si concurre a Pekín puede que el maratoniano Vanderlei de Lima sume otra alegría (fue bronce en Atenas ’04) o quizá Rodrigo Pessoa en equitación (plata en el concurso de Atenas ’04).
Argentina va con uno de los equipos de fútbol más fuertes en la historia de los Juegos para intentar reeditar el oro que logró en la capital griega. Pero también el basket lo tiene entre los favoritos a medalla, ya que defiende el título, frente a un nuevo “dream team” estadounidense y a una España que promete. Los argentinos también concurrirán con sus mejores tenistas (igual que Chile, con Fernando González a la cabeza) y con el hockey femenino decidido a mejorar el bronce logrado en Atenas.
En el atletismo, donde Latinoamérica siempre sorprende con auténticos fueras de serie, hay dos nombres propios que se imponen por respeto, historia y prestigio, aunque seguramente para los dos serán los últimos Juegos: el dominicano Félix Sánchez, dos veces campeón del mundo y campeón olímpico en Atenas en los 400 metros con vallas y el ecuatoriano Jefferson Pérez, tres veces campeón del mundo y campeón olímpico (Atlanta ’96) en 20 kilómetros marcha.
El resto son aventuras individuales, historias de empeño y superación personal que bordean la hazaña silenciosa por mérito y talento exclusivo de los deportistas. Muchos de ellos ni siquiera tienen para pagarse los materiales o la indumentaria adecuada para la competición. Algunos de estos deportistas son capaces de triunfar o igualar a otros atletas de elite que nadan en la abundancia de los países desarrollados, de esponsorizaciones millonarias y de instalaciones de alto rendimiento ultrasofisticadas. Mientras otros, como la gran corredora Mexicana, Ana Gabriela Guevara, subcampeona olímpica y campeona del mundo de 400 metros lisos, se retira definitivamente del deporte “cansada por no poder luchar más contra la corrupción del deporte en México”. Son las dos caras de una moneda repetida en Latinoamérica que, a pesar de todo, siempre deja sitio para la ilusión.
Agosto en Pekín será una nueva ilusión, una esperanza para millones de latinoamericanos que juegan las fichas de su alegría deportiva a los candidatos escasos a ganar medalla. En una auténtica demostración de pasión mezclan el éxito deportivo con cierto orgullo nacional que contagia alegría y hace olvidar por algunos días la crudeza de la realidad económica. Estos Juegos Olímpicos, a falta aún de las últimas clasificaciones, marcan un nuevo impulso para el deporte latinoamericano: la mayoría de las delegaciones baten records de concurrencia con sus delegaciones. Brasil irá con más de 230 deportistas y participará en 36 modalidades olímpicas; Cuba llevará más de 160 deportistas y parecida cantidad compondrá la delegación Argentina. Pero, más allá de las tres “potencias” latinoamericanas, también Venezuela y Colombia llevarán entre 100 y 70 participantes respectivamente.
Tal vez las expectativas de medallas no superen demasiado lo conseguido durante los Juegos de Atenas 2004, donde se obtuvieron 56 en total; 18 de oro, 15 de plata y 23 de bronce, pero lentamente se han creado mejores condiciones de competitividad en más deportes, de manera que la esperanza es no ver desaparecer tan rápido a los deportistas latinoamericanos, eliminados en las series clasificatorias, sino que muchos de ellos avancen a fases definitorias, aunque no tengan opción a ganar medallas.
Los Juegos de Pekín han revivido de forma light, simbólica el ambiente internacional de los antiguos conflictos que acabaron en boicots durante la Guerra Fría, cuando se trasladaba la pulseada política este-oeste al terreno deportivo. Sus máximas manifestaciones fueron los Juegos de Moscú ’80, cuando no concurrió Estados Unidos y fue seguido por una numerosa cantidad de naciones occidentales, y Los Angeles ’84, cuando la URSS y sus países “satélites” le pagaron a los estadounidenses con la misma moneda.
Son muchos los intereses económicos que genera China, también en Latinoamérica, como para que haya un boicot. Tal vez algunas voces aisladas y privadas alboroten el clima previo. Pero seguramente tras la ceremonia inaugural, para los latinoamericanos, la atención se centrará una vez más en la potencia de los atletas cubanos, en sus boxeadores y beisbolistas que, entre otros deportistas, recaudarán la mayor cantidad de medallas para el subcontinente, como en Juegos anteriores (en Atenas consiguieron 29 medallas, 9 de ellas de oro). Tal vez se vuelva a vibrar con la lanzadora de peso Yumileidi Cumba o con el flamante recordman del mundo de 110 vallas, Dayron Robles. Y seguramente habrá éxito con los boxeadores, los mejores del mundo a nivel aficionado.
Detrás de Cuba aparece Brasil, amenazando con reeditar dignos papeles en los Juegos Olímpicos: el voley playa puede ser el deporte donde los brasileños acaparen medallas (ya lo hicieron en Atenas ’04) junto con el voleibol masculino, donde es una potencia mundial. Luego, sobran las incógnitas. Si concurre a Pekín puede que el maratoniano Vanderlei de Lima sume otra alegría (fue bronce en Atenas ’04) o quizá Rodrigo Pessoa en equitación (plata en el concurso de Atenas ’04).
Argentina va con uno de los equipos de fútbol más fuertes en la historia de los Juegos para intentar reeditar el oro que logró en la capital griega. Pero también el basket lo tiene entre los favoritos a medalla, ya que defiende el título, frente a un nuevo “dream team” estadounidense y a una España que promete. Los argentinos también concurrirán con sus mejores tenistas (igual que Chile, con Fernando González a la cabeza) y con el hockey femenino decidido a mejorar el bronce logrado en Atenas.
En el atletismo, donde Latinoamérica siempre sorprende con auténticos fueras de serie, hay dos nombres propios que se imponen por respeto, historia y prestigio, aunque seguramente para los dos serán los últimos Juegos: el dominicano Félix Sánchez, dos veces campeón del mundo y campeón olímpico en Atenas en los 400 metros con vallas y el ecuatoriano Jefferson Pérez, tres veces campeón del mundo y campeón olímpico (Atlanta ’96) en 20 kilómetros marcha.
El resto son aventuras individuales, historias de empeño y superación personal que bordean la hazaña silenciosa por mérito y talento exclusivo de los deportistas. Muchos de ellos ni siquiera tienen para pagarse los materiales o la indumentaria adecuada para la competición. Algunos de estos deportistas son capaces de triunfar o igualar a otros atletas de elite que nadan en la abundancia de los países desarrollados, de esponsorizaciones millonarias y de instalaciones de alto rendimiento ultrasofisticadas. Mientras otros, como la gran corredora Mexicana, Ana Gabriela Guevara, subcampeona olímpica y campeona del mundo de 400 metros lisos, se retira definitivamente del deporte “cansada por no poder luchar más contra la corrupción del deporte en México”. Son las dos caras de una moneda repetida en Latinoamérica que, a pesar de todo, siempre deja sitio para la ilusión.
El atleta cubano Dayron Robles batió el record mundial de los 110 con vallas el jueves 13 de junio en Soteville (Francia). Hizo una marca de 12.87 segundos, uno por debajo del record anterior en poder del chino Lui Xiang. Robles aparece como una de las esperanzas latinoamericanas más claras para conseguir una medalla en los Juegos de Pekín.
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